Una noche de verano

Los pies como cadáveres.
Los ojos adormecidos.
La boca abovedada.
Las pupilas sin exaltación en busca de qué adorar, de excitación.
Los grillos llorando a la febril luna.
Entre humo, metralla del pasado y cebada, un padre ríe sin ahogarse.
Entre cuatros paredes cosidas de colores y tiempos, plácidamente descansa una niña, esperando con nulo afán las pesadillas que besan sus pueriles labios, noche tras noche.
Una madre incandescente, cada día más humilde, danza entre tóxicos y baldosas añorando su regreso a casa para dormir. Descansar. Desfallecer en su lecho.
Y el enfermo primogénito con los pies como cadáveres.
Los pies como cadáveres.
Los ojos adormecidos.
La boca abovedada.
Las pupilas sin exaltación en busca de qué adorar, de excitación.
Los grillos llorando a la febril luna.


Así entona un melancólico canto. Añorando no sabe el qué y anhelando no sabe cuánto. Pudriéndose poco a poco.

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